Reflexión

Saber cuándo y qué darle de comer a la bestia

Los orígenes del mal quizá se encuentren en nuestra naturaleza animal. La civilización, el educarse en sociedad, lleva a disminuir los impulsos salvajes. Las religiones no han hecho caso omiso a esta realidad, aunque le hayan puesto otros nombres.

Por Norma Lafuente D’abiduría

Hay momentos en que por quitarnos la sensación de encima, hacemos algo que creemos va a calmar aquello que lucha ferozmente dentro nuestro. Es eso que la sociedad no enseñó a reconocer, sino que a ocultar y reprimir. La Iglesia lo cataloga como lo “diabólico”. Una entidad maligna vive en el mundo y nos acecha constantemente. 

Los pensamientos intrusivos no desaparecen de por vida (¿algo sí lo hace?). Pero una cosa es verlos así o como el ángel caído que reina en los infiernos. Quizá exista, al igual que los escenarios de Dante en La Divina Comedia. Ahora bien, reconociéndolo, con la forma que sea, ¿cómo lidiar con ello? 

La vida en sociedad trata sobre reprimirse para que todos tengamos una cuota de libertad. Una libertad limitada, camuflada en estatuas de cobre y con una proclama que bien haría en acercarse a tierra, donde las concesiones e imposibilidades aguardan. Por supuesto que para que haya libertad general deben haber permisos reglados y derechos consagrados. En la vida práctica esto se vuelve aun más nebuloso, pudiéndose notar cómo no coincide la realidad con lo que expresan las palabras en el papel. 

Matar al mal resulta una tarea muy ambiciosa. Los Papas, con su poderío durante más de un milenio no pudieron exterminarlo. Tuvieron a los Caballeros del Temple, cruzadas, de todo. Pero las injusticias siguieron existiendo. 

Para no embarcarnos en una misión tan entusiasmante como abrumadora (aunque sus frutos deben ser los más maravillosos que alguien pudiera probar jamás), pensemos en cómo controlar a la bestia que habita en cada uno de nosotros/as. 

Juzgar al otro es sencillo y muy tentador. El ser humano tiene la particularidad de criticar y lastimar cuando 1) se siente inseguro, sin nada que perder o 2) está en un lugar de comodidad que lo hace sentirse superior. Alejándonos de ambos extremos, el de la inferioridad y la superioridad, se puede apreciar a los demás tal cual son. Imperfectos, claro, como quien los mira. 

Pero hay alguien más difícil de mirar. Es muy influyente y quiere utilizar su poder cada vez que estabilizamos nuestra vida. Sí, es la bestia. Ese “yo” oscuro que dice lo aberrante, lo que jamás se diría uno en voz alta en presencia de otros. 

La vida (también) es todo lo que no pensamos. Es decir que lo que pensamos nos define, sí, pero no nos debe limitar. En todo caso habría que reconocer lo que no nos gusta del animal que llevamos dentro, dejarlo pasar y darle de comer estratégicamente, sabiendo cuándo y con qué. Dejar de alimentarlo no serviría de nada. No va a morir de hambre, por el contrario se agrandará en sus gritos e impulsos.  

Controlar a la bestia para ser humanos. Para no volver al transe al que estábamos tan acostumbrados, y que personificaba al señor Jekyll. Para poder hacerlo bueno y conciliarnos con él. Para que la bestia sea al fin educada. 

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