Por Julieta Nassau (La Nación)
Estados Unidos amaneció ayer consciente de que sería un día clave. Una ceremonia que en otras oportunidades era un mero formalismo, captaría la atención de todo el arco político y mediático. Donald Trump llamó a sus aliados a evitar la certificación en el Capitolio de Joe Biden como ganador de las elecciones de noviembre pasado para evitar su asunción el próximo 20 de enero. Pero, finalmente, la sesión se terminó cancelando por una jornada de caos y disturbios inéditos, con decenas de manifestantes trumpistas dentro del Parlamento. «Terrorismo doméstico», «extremismo», «protestas», «turba», «golpe de Estado» fueron algunos conceptos que esgrimieron durante la tarde analistas, legisladores y periodistas en Estados Unidos mientras trataban de comprender lo que había sucedido en un día que quedará en la historia política del país.
Las elecciones de Estados Unidos implican un largo proceso. Después de las primarias partidarias y las campañas, los ciudadanos van a las urnas para elegir a su candidato. En rigor, eligen a los electores de sus estados que luego representarán su voto. Este año, las elecciones fueron el 3 de noviembre, aunque comenzaron antes con el voto anticipado y el voto por correo debido a la pandemia del coronavirus. En la mayoría de los estados (excepto Maine y Nebraska), el ganador de la mayor cantidad de votos de un estado se lleva el total de votos electorales (equivalente a la cantidad de legisladores nacionales de cada estado). En general, en la noche electoral se conoce al ganador y luego le siguen varios pasos formales y poco noticiosos hasta el día de la asunción, el 20 de enero siguiente.
Este año fue excepcional. Por muchos motivos. Debido a la cantidad de votos por correo, y por un recuento que empezó muy parejo, recién se declaró un ganador el 7 de noviembre, cuatro días después de las elecciones. Joe Biden se había alzado con 306 votos electorales, muy por encima de los 270 necesarios para ganar la elección. Sin embargo, Donald Trump se proclamó ganador en la misma madrugada del 4 de noviembre y desde entonces afirma que él es el presidente electo y que hubo fraude en las elecciones. Sin embargo, hasta el momento no ofreció pruebas, mientras que las autoridades electorales respaldaron el proceso.
El 14 de diciembre, los electores finalmente se reunieron en sus estados y avalaron el triunfo de Biden, pese a las advertencias de Trump. Y ayer, en el último paso formal antes de la asunción del 20 de enero, el Congreso se reunió para contar los votos, en una sesión presidida por el vicepresidente, Mike Pence. El mandatario republicano, aferrado al poder aun mientras perdía aliados y consensos en el camino, parecía decidido a impedir la certificación del triunfo de Biden.

Su primera apuesta fue política. Pero sus presiones sobre Pence o el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, no funcionaron. El vicepresidente le soltó la mano a su jefe político al afirmar que no tenía autoridad para descartar votos electorales, como le había exigido Trump públicamente. McConnell, acérrimo trumpista, dijo por su parte: «Si esta elección fuera anulada en base a simples acusaciones de los perdedores, nuestra democracia entraría en una espiral mortal».
La segunda apuesta era la gente, su base. El mandatario había arengado en las redes sociales para que sus seguidores se reunieran fuera del Capitolio durante la sesión. Incluso Trump encabezó un acto fuera de la Casa Blanca en el que llamó a sus seguidores a impedir la certificación del triunfo. «Nunca nos rendiremos. Nunca concederemos», les dijo a sus partidarios, entre los que se encuentran grupos de extrema derecha que ya han protagonizado escenas de violencia en el pasado.
La situación se salió de control por la tarde. Los fanáticos trumpistas eludieron a la policía e ingresaron al Capitolio entre gritos de «no nos detendrán» y «paren el robo», gorros rojos, pancartas y banderas y fueron directo al recinto, en una escena caótica que parecía sacada de un film de Hollywood. Mientras tanto, las autoridades ordenaban a los legisladores y asesores que se resguardaran bajo sus asientos y se colocaran máscaras de gas. Otros huían a toda velocidad para mantenerse a resguardo. Inevitablemente, se suspendió la sesión para confirmar a Biden.
Las imágenes que dejó la jornada quedarán para la historia. Desde el peculiar Q-Shaman dominando la escena hasta trumpistas ubicados en las bancas del Capitolio o incluso en el despacho de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, sacándose selfies.

Casi cuatro horas después del inicio del caos, al caer la noche y mientras comenzaba un toque de queda en Washington (de 18 a 6), las autoridades declararon el complejo del Capitolio como «seguro» y despejado.
La violencia en el Capitolio dejó por lo menos una persona muerta: una mujer que fue baleada dentro del edificio y derivada a un hospital. Al cierre de esta edición se desconocía en qué circunstancias ocurrieron los disparos.
Además, la policía confiscó armas -incluidas armas largas- y arrestó a por lo menos 13 personas durante las protestas, dijo Robert J. Contee, jefe del Departamento de Policía Metropolitana de DC. Por otro lado, un artefacto explosivo fue hallado cerca del edificio.
Mientras el caos se adueñaba del Parlamento, Biden habló de una «insurrección», consideró que «la democracia estadounidense está bajo un ataque sin precedentes» y llamó a Trump a «defender la Constitución y exigir el fin de este asedio». Pasaron pocos minutos hasta que el mandatario efectivamente habló. Como suele hacer, se volcó a su cuenta de Twitter. Subió un video de poco más de un minuto en el que llamaba a sus seguidores a que se fueran a su casa «en paz». Aunque insistió en que las elecciones fueron fraudulentas y les dijo a los fanáticos: «Los amamos, son muy especiales». Luego Twitter bloqueó por 12 horas la cuenta del mandatario por supuesta incitación a la violencia y además le retiró un video con simpatizantes y ordenó eliminar tres tuits que violaban sus normas.
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