Por Ernesto Jackson
Aquella tarde de principios de agosto de 1981 no pensaba que a quien iba a ver en La Plata, le quedaba poca vida. Don Ricardo Balbín estaba enfermo, en su casona sobre calle 49 entre 12 y la diagonal 74.. Llegué puntual. Iban a visitarlo Deolindo Felipe Bittel, por el consejo superior del PJ y Miguel Unamuno.
Aún eran tiempos de violencia, represión y dictadura de la mano del general Roberto Viola. El viejo caudillo radical, lleno hasta la médula de pasión democrática, venía impulsando desde su cama la Multipartidaria para negociar con los militares la vuelta a la vida política de los partidos y a las urnas.
El caudillo enfermo, de 77 años, era el más querido y respetado del arco político. Guardia periodística junto a otro cronista, hasta que llegan Bittel y Unamuno. Fue un breve saludo, protocolar, al caudillo en su lecho de enfermo.
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A 38 años de su fallecimiento, este hombre es recordado por la intensa actividad política que llevó a cabo. También por el caso que enfrentó dos garantías constitucionales.
Después, cedí mi lugar al colega, de tal forma que fui el último en los diálogos de esa tarde. Pasé esos portones negros del garaje y, bordeando por la derecha al viejo y enorme Dodge, subí dos escalones a la derecha y desemboqué en un amplio living/recibidor.
Nunca olvidaré lo que vi. Allí estaba ese inmenso y enfervorizado líder político, protagonista de mil batallas, honesto, transparente, sabio, orador inigualable, acostado en un colchón sobre el suelo y con almohadas contra una pared, que lo ayudaban a conversar sentado.
El momento sólo permitía una reflexión sobre el crucial momento del país frente a los militares. El marco pautado con la familia fue ése.
Dejé esa casona conmovido por el momento vivido. Pasaron 40 años y recuerdo hasta los mínimos detalles de aquel encuentro. Afortunadamente, conservo el mini casete con la breve charla. El sábado 22 de agosto fue internado en la clínica IPENSA. Minutos antes de las 8 de la mañana del miércoles 9 de septiembre, don «el Chino» Balbín pasaba a ser leyenda entre los caudillos que, con vehemencia sincera, honraron la democracia.
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