Por Daniel Dessein (Especial para Humanidad)
En mayo de 2012 me llegó uno de esos mensajes que un editor no olvida. Cristiana Zanetto me anunciaba que viajaría desde Milán, donde vivía, a Roma. Allí entrevistaría a Anita Ekberg y me preguntaba si me interesaba tener la nota en exclusiva para La Gaceta Literaria. La protagonista de una de las escenas más recordadas de la historia del cine vivía en un geriátrico, olvidada por el público que décadas atrás la había idolatrado. Inmortalizada por Fellini en la Fontana di Trevi, millones recordaban a Anita diciéndole a Mastroianni “Marcello, come here”. Pero nadie se preguntaba qué había sido de la vida de la actriz.
En diciembre de 2011, después de años de silencio, su nombre volvió a los medios. Ekberg había perdido su casa en un incendio, no tenía familiares, amigos ni dinero. Se había quebrado la cadera y un abogado asignado por el estado pedía públicamente asistencia. La noticia disparó la búsqueda de Cristiana que derivó en la entrevista que hoy reproducimos. Hay allí recuerdos de la filmación de la “Dolce vita” y algunas pistas sobre el misterio de su vida. Sobre todo, encontramos en la nota un magnífico perfil de una diva que vivía fuera del tiempo.
Ekberg murió dos años y medio después de esa entrevista. El 29 de septiembre pasado hubiera cumplido 90 años.
Este es un fragmento de la nota de Cristiana:
“¿Quiere saber si me siento sola?, me dice . «Sí, lo estoy. Pero no me arrepiento. He amado, he llorado, he reído, me he sentido loca de felicidad. He ganado y he perdido. No tengo un marido, no tengo hijos y, ahora, estoy sola aquí». Ese “aquí” quiere decir un geriátrico en los Castillos Romanos, donde la actriz sueca, de 80 años, reside desde hace un tiempo después de haberse quebrado ambos fémures. Mientras me cuenta que las operaciones fueron eficaces, es atravesada por un relámpago que ilumina sus ojos azules, extraordinariamente vitales:
«Y pensar que a Fellini le gustaba tanto como yo caminaba. A la Fontana de Trevi entré y salí miles de veces aquella noche sin jamás cansarme, sin tropezar nunca. Marcello, en cambio, tenía frío y, para entrar en calor, se bebió una botella entera de whisky. Fue así que se cayó tres veces y tuvieron que secarlo. Al final, los técnicos optaron por ponerle botas de pescador debajo de los pantalones. ¡Ahí está el recuerdo – pienso – que me ofrece la fotografía del cine italiano de aquellos tiempos; con los técnicos de escena que bromean, fuman y en típico dialecto romano chanzean con Matroianni: A’ Dottó…artro che Dolce Vita!! (¡Ey, Doctor, qué va a ser esto la ‘dulce vida’!)…

- Anita Ekberg nació en Malmö, Suecia, un 29 de septiembre, en 1931. Murió en Roma, en enero de 2015. Ganó el concurso de Miss Suecia a los 19 años. Participó en el de Miss Universo y fue contratada por los estudios Universal. En los 50, actuó en películas con Dean Martin, Jerry Lewis, Victor Mature, Audrey Hepburn y Bob Hope. Federico Fellini la inmortalizó con el papel de Sylvia en “La dolce Vita”, en 1960. Luego fue convocada por Fellini en varias de sus películas. Fueron resonantes sus romances con Frank Sinatra, Tyron Powers, Errol Flynn y Gianni Agnelli, el presidente de Fiat. Se casó dos veces y no tuvo hijos. Murió, en enero de 2015, en un geriátrico en Roma.
«Miro el reloj porque aquí el tiempo parece que no pasa. Los días son infinitos. No veo televisión porque no me gusta – me lo susurra con su erre alemana -… Los recuerdos, los recuerdos…». dice con cierta nostalgia. «En 1950 gané el título de Miss Suecia; luego hice la película “Guerra y Paz” de King Vindor y después fui la protagonista en ´La Dolce Vita´ de Fellini. Para decirlo en dos palabras: yo era hermosa. Lo sé».
Luego participó en una infinita serie de películas, muchas de ellas- pienso -, olvidadas: con Alberto Sordi y con Vittorio De Sica, entre otros.
«¿Me iría a comprar un capuccino caliente?», me pide.
Me levanto y regreso por el mismo pasillo en sentido contrario. El mismo olor a desinfectante, la misma luz mortecina.
Las máquinas del café están abajo.
Cuando regreso con el capuccino caliente – que de un buen capuccino es sólo un recuerdo – Anita Ekberg-Sylvia no está más.
Quedo en pie.
La enfermera me mira: «Usted no es la primera periodista que viene a visitar a la Señora Ekberg a este geriátrico. Y la Señora hace siempre así», me dice, mirándose las uñas- Pide un capuccino y después desaparece… A nosotras nos dice que prefiere que todos se queden deseándola.
Soy una de esas personas. Me quedo con mi deseo de conocer sus recuerdos, sus anécdotas de un tiempo que ya pasó y que, aquí, en la gris Roma, parece no tener nada de dulce.
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