Por Miguel Bonasso
El triunfo electoral del líder de la izquierda chilena Gabriel Boric es realmente para festejar, por dos trascendentes razones. En primer lugar constituye una ratificación esencial: el sacrificio del heroico presidente Salvador Allende no fue estéril como algunos escépticos o directamente cínicos, sostuvieron durante medio siglo. La semilla germinó en las grandes protestas estudiantiles de 2006 y acaba de dar fruto en este dramático final del 2021.
En segundo lugar significa una decisiva derrota del fascismo criollo en su letal versión pinochetista, por algo el aspirante a Kast argentino, Javier Milei, dijo que era un resultado “espantoso”. Con la perspectiva del regreso de Lula en el decisivo Brasil, el mapa sudamericano cambia las tornas y vuelve a rechazar el modelo neoliberal.
Hace 51 años, el 24 de octubre de 1970, tuve el privilegio de que Salvador Allende me recibiera en su domicilio particular, mientras aguardaba que el Congreso Pleno de Chile ratificara la designación como Presidente de la República que días antes habían votado mayoritariamente los chilenos. En ese entonces era secretario de redacción de la revista “Semana Gráfica” y viajé acompañado por el fotógrafo Daniel León y dos figuras públicas: el líder de la izquierda democristiana Horacio Sueldo y el talentoso psicoanalista y escritor Emilio Rodrigué.
La foto que ilustra este sitio nos muestra a los tres, de espaldas a la cámara, escuchando al hombre que estaba por ser consagrado como primer presidente socialista de Chile y América del Sur. A un lado del inolvidable Chicho, el lector podrá descubrir la foto dedicada del Che Guevara. Allá lejos y hace tiempo fuimos testigos de momentos muy íntimos e intensos de esa coyuntura histórica. Como la irrupción de una de las hijas de Allende, que entró gritando entusiasmada: ¡Papá, acaba de elegirlo el Congreso Pleno!

Ojalá Boric, este muchacho de 36 años, este valiente dirigente estudiantil, que ha logrado dejar atrás la pseudo izquierda pastelera del pospinochetismo y la derecha fascista que Kast quería eternizar, sea el dirigente que abra, por fin, las grandes alamedas que Allende tuvo el coraje de convocar en los minutos finales de su heroica vida.
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