“Sos una postal de Pinamar. Nadie se podría imaginar este lugar sin vos, Pepe Arias y (Juan Alberto) Badía”, impactó Miguel al brindar en un homenaje a viva voz a la pampeana Petra Bustos, la última compañera de vida del capocómico que partió al cielo en 1967, a quien este sábado primero de octubre un grupo de amigos y vecinos no se cansó de cantar por su felicidad, al cumplir rozagantes 99 años.
Cada una de las 20 personas que compartieron el momento con ella -sentada en la cabecera de su casa de Burriquetas, a metros del mar, en Pinamar -, el exquisito asado, la sopa paraguaya preparada por Ursulina y unos postres afrodisíacos de la blonda Marcela, tuvieron palabras emotivas y llenas de cariño. Se la recordó en años más juveniles, cuando salía con su máquina de foto a tomar instantáneas de sus congéneres y animales, para luego regalarlas.
Las hermanas Amalia y Donatella, simpatiquísimas, la trataron como una segunda madre y el indescifrable y afable Wally – su asistente terapéutico de paciencia infinita -, hizo estallar carcajadas a los comensales cuando le rogó que no lo siga “castigando con el bastón”, porque ni eso lo hará desistir por velar para que tenga una vida placentera.
Lita, una nueva residente del balneario, le dijo al oído que había escuchado de los pioneros originales del balneario. “No tenés nada que envidiarles. Elegiste este lugar como propio, amaste a Pepe Arias, brindaste tú tiempo y servicios…sos más pionera que cualquiera…”.
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Atada al amor de su vida, con el que compartió el cariño perruno y la adoración por el paraíso marítimo, Petra, hoy casi centenaria, atesora recuerdos del actor de radio, teatro y cine.
Cierto, Petra tiene un carácter de hierro – alguien bromeó con que presidía una mesaza superior a la de Mirtha Legrand, la diva que admiraba a ella y a “Pepe” Arias – y lo hizo saber levantando un dedo y dando señales afirmativas. No hizo ningún discurso, pero cuando intervino avisó que es ella la que manda en esa emblemática vivienda y contó cómo controlaba al personal y administraba gratis el hospital local, cual Margaret Thatcher rediviva. Todos/as le profesaban respeto. Hasta los militares bajaban la cerviz cuando ella daba una orden.
El anecdotario de la reunión da para mucho más. La prudencia obliga a callar. Este cronista quedó subyugado por la energía de Petra, a quien Ricardo, el esposo de Amalia, le deseo muchos años de vida. Se quedó cortó: un amigo de Wally, brindó por un siglo más. La vida es presente y el presente hoy de Petra, con tantos contratiempos en el mundo, constituye de por sí una maravilla. Verla sonreír, aplaudir y opinar, quedará en la retina de unos pocos elegidos.
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