A Albert Camus le importaba pelear por la dignidad del hombre, quería un mundo más justo, le sublevaba que se impusieran los más poderosos sobre los más débiles y conocía de primera mano la pobreza (y lo que esta significa).
Pero, por otro lado, se había asomado al precipicio y era consciente de que las criaturas humanas son impredecibles: caprichosas, arbitrarias, atravesadas por multitud de sombras, medio extraviadas, intratables.
El inmenso absurdo de una vida llena de posibilidades que se ve, sin embargo, abocada al fracaso, fue su principal obsesión.
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