El siglo XXI se debatirá en el siguiente interrogante: ¿hasta qué punto el ser humano podrá ser libre de la tecnología informática? Ésta nos ayuda a mejorar nuestras condiciones básicas de subsistencia, y hasta convierte lo básico en un lujo naturalizado. Tener acceso a toda la información posible desde un solo click es una ventaja que nuestros abuelos seguramente habrían querido cuando los profesores les mandaban a buscar el significado de palabras en diccionarios de papel, grandes como una roca.
Sin embargo, por más beneficios que tengamos, hay una sobre inmersión en esta era digital. Pongamos como ejemplo al «smart watch» o reloj inteligente. ¿Qué tan útil nos es saber cada cambio producido en nuestro organismo al caminar una cuadra? ¿Ver tantas noticias es saludable? ¿Las redes sociales nos conectan con otros o son un espejo malévolo que muestra cosas buenas pero que en el fondo distorsiona la realidad?
El poder implica mucha responsabilidad, y por consecuencia conlleva tener mucho cuidado. Cuidarse de la locura siempre latente, sin aislarse de los avances de la civilización. En definitiva, tomar lo bueno y dejar lo malo. Nada muy distinto a lo que hicieron nuestros antepasados cuando buscaron sobrevivir y no extinguirse. Y mal no lo hicieron, porque incluso sin Instagram o Google, llegamos a existir nosotros.

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