La historia tiene cientos de personajes que llegan al conocimiento del público y lo encandilan. Por estos sujetos y los factores que los ensalzaron, aparecen relatos de ficción en películas y novelas. Ahora bien, resumir la vida de uno de ellos es una tarea monumental, como todo aquello que implica sumergirse en el pasado. Se debe corroborar datos, chequear fuentes, almacenar bibliografía. En esta ocasión, vamos a dar un vuelo de pájaro sobre una bailarina que llegó a la Primer Guerra Mundial como una gran seductora de los hombres del poder, pero que terminó como un chivo expiatorio: Mata Hari.
Su nombre real fue Margaretha Geertruida Zelle, pero para los demás era Mata Hari, que en el idioma malayo quiere decir «Sol». Nació en 1876 en los Países Bajos y tuvo dos hijos con Rudolf MacLeod, un capitán del ejército de las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia). Con apenas 18 ochos y un marido veinte años mayor que ella, se mudó a la Isla de Java, donde aprendería sobre el hinduismo y la cultura oriental.
La relación marital terminó siendo un fracaso. El primero de sus hijos fue envenenado y a la segunda no podría verla ante la apropiación y espíritu vengativo del padre. Margaretha se instaló en París y no encontró más remedio que trabajar como bailarina erótica. Inició su carrera y el ascenso no tardaría en llegar.
En esta etapa se ven los signos más relevantes de mitomanía. Apenas regresada a Europa, la neerlandesa creó un personaje y dijo ser una princesa de Java. De esta manera, junto a sus dotes en la sensualidad, atrajo a importantes políticos y se relacionó con cierta elite.
Sin embargo, su volver a comenzar en Europa lo inició en la pobreza. En ese contexto la recluta el Deuxieme Bureau, el servicio de información del Ejército francés. Al ser neerlandesa podía circular por distintos países ya que gozaba de una nacionalidad neutral al estallar la Primera Guerra. Los pedidos concretos eran sobre el ejército alemán. Con tal motivo se le pidió acercarse al Príncipe Guillermo de Prusia, el último heredero del trono alemán.

Pasados más de 100 años de la ejecución de Mata Hari, algunos historiadores descubrieron que sus tareas de espionaje no eran tales sino que por lo contrario tenía más de improvisada que de espía. «Realmente no transmitió nada que no pudieras encontrar en los periódicos de España», sentencia la historiadora británica Julie Wheelwright.
De todas formas, Mata Hari sin lugar a dudas usó de su inteligencia, pero por sobre todo de su sensualidad, lo que la convirtió en el ícono sexual que derrite y que a la vez quema. Tuvo su lugar en las filas del espionaje alemán, por lo que se la consideró una doble agente o una «traidora», aunque en sus últimas declaraciones ella afirmó su «amor profundo a Francia», su patria adoptiva.
En octubre de 1917 fue fusilada por los franceses, luego de una condena a muerte con un proceso irregular. El fin era acusarla de todos los males posibles, teniendo en cuenta que aquel año Francia se proponía ganar la guerra luego de algunos fracasos militares.
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