Cultura

El último tango en París, una obra sobre abismos irrescatables que derrite el paso del tiempo

Carlos Morelli, desempolvó el recuerdo de El último tango en París, a la que describe como maravillosa, estremecedora, escandalizante y casi legendaria. La censura quiso frenarla, pero hoy sigue danzando su pasión y angustia.

Por Carlos Morelli

Aún sin escucharlos realmente, estamos oyendo la mágica partitura y el envolvente saxo de nuestro Leandro “Gato” Barbieri. Enredados en esos sonidos, definitivamente antológicos, Marlon Brando (Paul) y María Schneider (Jeanne) danzan su pasión y su angustia, su desenfreno y su incomunicación, su dependencia absoluta y sus abismos irrescatables. Es la apasionada y exuberante secuencia del baile en el viejo salón parisino, donde el tango preside, la desmesura ilustra, y la tragedia organiza sus últimos pasos.

Maravillosa y estremecedora, escandalizante y casi legendaria “Último Tango en París”. Crónica del extraño acercamiento, la provocativa comunión, y el seco final de ese maduro norteamericano, propietario de un hotelucho en la “Ciudad Luz”, y de esa joven francesa que sueña con el estrellato. Él viene del suicidio de su mujer. Ella tiene su novio, cineasta experimental (Jean-Pierre Leaud). Coinciden accidentalmente en un piso en alquiler. Allí mismo concretan, de inmediato, y casi furiosamente, su primer vínculo sexual. Seguirán otros. Siempre en el mismo lugar. Siempre con la misma (creciente) intensidad, lindante con el salvajismo pero también con la desesperación. Siempre respetando la consigna de no confesarse siquiera sus nombres. Después…

“Last Tango in Paris”, dirigida por Bernardo Bertolucci, escrita por él mismo y Franco Arcalli, surgida de una idea de Jean-Louis Trintignant drásticamente modificada cuando él abandonó el proyecto, se filmó en 1972 y tuvo un lanzamiento inicial en los Estados Unidos. Allí, como en cualquier otra geografía a la que el film pudo acceder (incluida la Argentina), el éxito descomunal y las ardientes ponderaciones de la crítica alternaron con las denuncias, los secuestros y las prohibiciones. Y, para cimentar tanto la leyenda como su historia procesal, la película “puso todas las fichas” en la más que célebre escena de sodomización que Bertolucci y Brando planificaron con un detalle que el guión escrito no delataba y que convertiría a María Schneider en la desavisada víctima de una auténtica violación que ella reveló con el correr de los años. El episodio le dejaría huellas irremontables en su futuro, su sinceramiento condenatorio no mejoraría sustancialmente sus flacas finanzas, y la muy interesante actriz (además de bellísima mujer) murió pobre, enferma y olvidada.

Sobre sus “excesos”, Bertolucci (que, sentenciado, perdería sus derechos civiles durante un lustro) dijo: “No quería que María fingiera una humillación: quería que la sintiera. Y asumo mi culpabilidad, pero no me arrepiento”. Marlon, por su parte, fundó su descargo en la aseveración: “De alguna manera, yo también fui violado por Bertolucci.” Y agregó: ”Pero aún así creo que es uno de los tres mayores creadores que me han dirigido”.

Las nota del «Gato» Barbieri, se impusieron a las de Astor Piazzolla

Algunos complementos para esta memoria.

Ni Alain Delon, ni Jean-Paul Belmondo, ni Warren Beatty, tempranamente “tanteados” por Bertolucci y el productor Alberto Grimaldi, aceptaron interpretar el rol de Paul. Brando, en cambio, no opuso resistencia alguna.

Un segundo músico, también argentino e ilustre, fue inicialmente convocado por el director. Astor Piazzolla, incluso, llegó a componer un par de temas y a grabar algunos “demos”. Pero, finalmente, las notas embelesantes y el saxo irresistible del “Gato” ganaron la batalla.

El “corte” inicial de “Último Tango en París” rozaba las cuatro horas de duración. El montaje más difundido comercialmente apenas superó las dos.

Ya sé. No hemos tocado el tan espinoso como trillado “tema de la manteca”. Es que ya está derretido. Por los abusos (de todo tipo). Por la reivindicación de las perturbadoras virtudes de la obra. Y, claro, por el largo medio siglo transcurrido.

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