Por Alejandro Bercovich (BAE Negocios)
El economista jefe de uno de los tres principales bancos de la Argentina recibió alarmado el mail de la casa matriz. Con las últimas encuestas de Aresco y Poliarquía en mano, sus superiores le pedían un breve informe sobre qué pasaría si Javier Milei ganara las elecciones. Respondió a los pocos minutos que ese escenario era muy poco probable y adjuntó varios otros sondeos que lo relativizaban. Fue un par de días antes de que Mauricio Macri renunciara a su propia candidatura.
Del otro lado insistieron. Querían proyecciones concretas. El técnico se puso a trabajar y remitió sus cálculos. Al rato le sonó el teléfono.
–¿Cómo que 4.500% de inflación para este año? ¿El próximo presidente no asume en diciembre? -le preguntaron.
El economista se explayó. Primero con una breve caracterización del líder de la ultraderecha, al que definió como una mezcla de Vox con Jair Bolsonaro «pero más extremista en lo económico». Después explicó su pronóstico. Según sus cuentas, si Milei obtuviera cerca del 30% de los votos en las PASO y Horacio Rodríguez Larreta se impusiera en la interna de Juntos por el Cambio, el mercado intentaría adelantarse a la dolarización de la economía que propone el minarquista. Así se desatarían primero una corrida cambiaria, luego una corrida bancaria y finalmente una huída de los bonos de la deuda pública. El próximo inquilino de la Casa Rosada asumiría como Carlos Menem, en medio de una hiperinflación.
La corrida contra el peso es lo más obvio. Según los cálculos de Emiliano Libman, director de Economía de Fundar, para poder cambiar solamente el circulante en billetes y cuentas a la vista por las reservas netas del Banco Central, el dólar debería irse a $2.000. Todos volarían a comprar dólares a cualquier precio inferior a ése. Pero después empezarían a vencer los plazos fijos y sus dueños a intentar cambiar también esos pesos por dólares antes de que se vaya a casi $8.000, el tipo de cambio «de conversión» que haría falta para trocar todo por dólares. Ahí sobrevendrían los cracs bancarios.
El economista se explayó. Primero con una breve caracterización del líder de la ultraderecha, al que definió como una mezcla de Vox con Jair Bolsonaro «pero más extremista en lo económico». Después explicó su pronóstico. Según sus cuentas, si Milei obtuviera cerca del 30% de los votos en las PASO y Horacio Rodríguez Larreta se impusiera en la interna de Juntos por el Cambio, el mercado intentaría adelantarse a la dolarización de la economía que propone el minarquista. Así se desatarían primero una corrida cambiaria, luego una corrida bancaria y finalmente una huída de los bonos de la deuda pública. El próximo inquilino de la Casa Rosada asumiría como Carlos Menem, en medio de una hiperinflación.
La corrida contra el peso es lo más obvio. Según los cálculos de Emiliano Libman, director de Economía de Fundar, para poder cambiar solamente el circulante en billetes y cuentas a la vista por las reservas netas del Banco Central, el dólar debería irse a $2.000. Todos volarían a comprar dólares a cualquier precio inferior a ése. Pero después empezarían a vencer los plazos fijos y sus dueños a intentar cambiar también esos pesos por dólares antes de que se vaya a casi $8.000, el tipo de cambio «de conversión» que haría falta para trocar todo por dólares. Ahí sobrevendrían los cracs bancarios.
Finalmente, los inversores huirían también de los títulos de la deuda en pesos (¿quién querría tener un papel denominado en pesos, aún ajustables por CER o por devaluación, si el peso no va a existir más?) y se precipitaría un nuevo default. Al margen de las objeciones constitucionales que enfrenta la dolarización, se sustanciaría la paradoja del adalid del libre mercado que empuja una ruptura masiva de contratos.
Quizás por inquietudes como la de los directivos de ese banco, Milei mencionó el miércoles en la Rural a «un colega» que «tiene una idea mejor» para dolarizar. Sin nombrarlo aludió al también ultraliberal Emilio Ocampo, profesor del CEMA, quien trabaja en su propio plan financiado por importantes empresarios.
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Ocampo sostiene que al anunciar la dolarización, el candidato debería detallar también el ajuste fiscal que llevaría adelante para eliminar de un plumazo el déficit. Eso, según su hoja de ruta, pondría eufóricos a los inversores que se abalanzarían sobre los bonos de la deuda criolla y los harían aumentar de 30 a 60 centavos por dólar de valor original. En ese momento el Estado debería salir a vender masivamente esos bonos y obtendría los U$S 70 mil millones necesarios para comprar todos los pesos en billetes, cuentas a la vista y plazos fijos a $400, el precio al que cerró ayer el blue.
Los macroeconomistas plantean algunos interrogantes sobre ese hipotético sendero. ¿Y si los bonos no suben con el anuncio, como tampoco llegó la «lluvia de inversiones» que auguraba Mauricio Macri? ¿Y si suben pero vuelven a bajar cuando el Estado inunde el mercado con su venta masiva? ¿Y si los tenedores de esos bonos en pesos se dan por «defaulteados» por el cambio de las condiciones de pago? ¿Y si, aun cuando todo saliera a pedir de Ocampo, el repago de la deuda se viera cuestionado por el hecho de que el Estado estaría endeudándose en U$S 70 mil millones más, como ocurriría si le vende a particulares títulos hasta ahora en su poder?
De los focus groups que empezaron a hacer los encuestadores surge que muchos votantes de Milei no lo apoyan porque encarne la bronca contra «la casta» sino justamente por la iniciativa que empezó a inquietar a los banqueros. «Lo que escucha un tipo común cuando oye dolarización es que su sueldo va a dejar de valer menos al final del mes que al principio», contó a BAE Negocios un sociólogo que participa de esos estudios.
Mientras la inflación se mantenga arriba del 100% y los salarios se derritan al actual ritmo desesperante, cobrar en dólares es una aspiración lógica. El problema es cuántos. La cuenta que nadie saca es que un empleado privado promedio hoy cobra $200 mil y eso equivale a poco menos de U$S 1.000 al tipo de cambio oficial y a U$S 500 al paralelo. A $4.000 (escenario optimista sin triple corrida) pasaría a cobrar U$S 50. Al precio de $8.000, ese salario promedio bajaría a U$S 25.
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Abierto a los análisis más variados, Humanidad recoge la impresión de Eduardo Fidanza. Para el sociólogo el país vive una serie de microestallidos impulsados por el hartazgo de la gente que se traducen en miedo y bronca.
Pese a la evidente inviabilidad social de tamaño ajuste tras cinco años y medio seguidos de deterioro salarial, los empresarios más poderosos del país no parecen terminar de espantarse con el libertariano. La semana que viene esperan escucharlo en el Foro Llao Llao, que ya se convirtió en una tradición anual barilochense del círculo rojo más selecto, con anfitriones como Marcos Galperín (MercadoLibre), Martín Migoya (Globant), Eduardo Elsztain (IRSA), Federico Braun (La Anónima), Juan Pablo Bagó (laboratorios), Karina Román (logística), Verónica Andreani (correo), Pierpaolo Barbieri (Ualá) y Agustín Otero Monsegur (Citrícola San Miguel), entre otros. También invitaron a Horacio Rodríguez Larreta, a Patricia Bullrich y – lo más llamativo -, a Alberto Fernández, quien aceptó informalmente el convite. El Presidente viene de recibir por gestión de su asesor Antonio Aracre a CEOs de Mercer, Accenture, Natura, Adecoagro y Unilever, entre otros.
Que vaya o no a Bariloche depende de su salud. Ayer volvió a padecer los dolores lumbares por los cuales ya lo infiltraron semanas atrás y los médicos no quieren volver a hacerlo tan pronto. La nueva arremetida del kirchnerismo para que renuncie a la reelección lo tiene a maltraer. A Daniel Scioli, a quien apoyaría si se bajara, le preguntó el miércoles si ya juntó candidatos en todas las provincias como para plantarse si Cristina Kirchner se niega a colgar sus candidatos (como Axel Kicillof) de su boleta presidencial en las PASO. El exmotonauta respondió con evasivas.
Lo que no parecen advertir funcionarios ni CEOs es la dinámica explosiva que se apoderó de la sociedad. Los microestallidos de furia popular sobre los que advirtió Eduardo Fidanza en Perfil (el saqueo de la casilla de un narco, los cortes de autopistas cada vez más tensos cuando se cortan la luz o un medio de transporte, las protestas en comisarías por la complicidad policial con el crimen y el paroxismo de Sergio Berni trompeado por los colectiveros). Como si estuvieran en otra. En Disney o en el Llao Llao.
Sergio Massa, que no fue invitado por los magnates a Bariloche porque sigue negando públicamente las aspiraciones presidenciales a las que nunca renunciará en la intimidad, apuesta a presentarse como un último reservorio de cordura. De su quinto viaje a Washington en los ocho meses que lleva como ministro aspira a volver al menos con la promesa de un «puente financiero» del Fondo Monetario y Estados Unidos. Hasta ayer logró U$S 600 millones del BID. Falta mucho para los U$S 18 mil millones que se llevó la peor sequía del siglo XXI.
Massa ya casi no habla con el Presidente, detesta que haya vuelto Scioli a la escena y se apoya en la orden inquebrantable que impartió Cristina a su tropa: todavía no se lo critica. Para terminar por ser el candidato «de unidad» sabe que necesita la bendición de CFK. Después, especulan cerca suyo, una carambola de tercios, balotaje y mal menor podría encaramarlo al sillón de Rivadavia aun con la inflación arriba del 100%.
¿Le tendrán esa confianza? «Vos todavía estás bajo probation», broméo con él hace poco Kicillof. «Son hijos del mismo padre», reza Juan Grabois, al recordar su añeja amistad con Guillermo Marijuan. Massa se distanció del fiscal antes de 2019 – por razones misteriosas -, pero llegó a evaluar compartir fórmula con él en 2015, cuando era la pesadilla judicial de Cristina.
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