Por Eduardo Córdoba de Zaragoza
La espada es conocida en la historia como la herramienta del héroe. Aquello con lo que se desterraba a los enemigos y profundizaba conquistas. ¿En qué momento nos dimos cuenta que tenía doble filo? Un indicio puede ser, quizá, el avance de lo que conocemos como “civilización”. Allí todo cambió, por mas pecado original que siguiese atormentando durante las noches.
En polis griegas como Esparta, del año 900 antes de Cristo, la sociedad educaba a los niños para la guerra. Pasó el tiempo y hoy contamos con manuales de la ciencia política que hablan sobre los distintos estadios de las formas de gobierno, véase a las seis constituciones de Aristóteles, siendo las justas la monarquía, la aristocracia y la politeia, y las corruptas la tiranía, la oligarquía y la democracia. Entre otras cosas, el filósofo creía en la esclavitud y tenía un fuerte sentido social jerárquico.
En los tiempos que corren discutimos entre autoritarismo y democracia. Ciertos países, con líderes aparentemente invencibles, llevan los índices de delincuencia a niveles bajos, mientras que en otras naciones donde el control no es una política de Estado, ya no lo son tanto.
Sin embargo, en estos dos tipos de países ocurren terribles hechos de asesinato, terrorismo, crueldad humana. Los adolescentes que disparan en escuelas; las personas que matan a otras por cuestiones emocionales; los ataques a comunidades religiosas. La violencia no cesa en ningún lugar del planeta.
Es por eso que necesitamos la política más que nunca. No es el objetivo de esta nota evaluar qué es mejor, si la democracia, el autoritarismo, o un demócrata autoritario. Sino resaltar lo complejo que se vuelve sobrevivir en un mundo que tiene a la lucha entre sus pilares originarios.
Y de lo más grande es posible ir a lo más pequeño. Cuando dos personas tienen algo que decirse, hay veces que las verdades salen a los gritos. Aquí vemos cómo las palabras pueden dañar al otro, pero también a uno.
Gritar no es la mejor forma de decir las cosas. Pero vaya si no hay momentos en que la única manera de decirlas es alzando la voz. No porque se quiera lastimar. Sino más bien por la imposibilidad de expresar los sentimientos. El futuro dolor de garganta puede que sea menos dañino que el silencio acumulador.
Pasando el momento del combate, por cuantas lastimaduras deje en una parte y en la otra, se puede empezar a trabajar para evitar mas dolor. Porque si los ciclos se repiten, que al menos sean con atenuaciones de lo que fue, hasta que algún día, el negro, luego de todos los grises, pase a ser blanco. Por mas que uno no deje de ser un ideal, y el otro parte de una condición. Negros, como los cuervos, que luego de una pelea, se reconcilian y vuelven en amistad.


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