Ser periodista no fue para mi una opción, sino una elección. Podrán cuestionarme y decir que entre varias posibilidades elegí, lo cual termina contradiciendo mi frase anterior. Se elige entre opciones, es cierto. Pero yo no veía otros horizontes mas que el del periodismo. Y lo elegí por pura convicción, no por descarte ni conveniencia.
A veces me pregunto si el destino está realmente escrito. Para poder cubrir tantos eventos y entrevistar a distintas personalidades, dejé de preguntarme la razón metafísica de la existencia para hacer simplemente mi trabajo.
La filosofía es buena, pero no sirve para gente como yo. Aun recuerdo una de mis charlas primerizas con el jefe de redacción del primer diario en el que estuve: «¿El sentido de la vida? ¡Es esto! No hay mas», me dijo con fuerza en cada palabra, para luego volver a sus quehaceres laborales.
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Pero estoy seguro de que Pepe en su intimidad se hizo alguna vez la misma pregunta. Porque tarde o temprano, a todos nos llegan los años, y con ello la caída de la gloria, de aquella que enceguece tanto. Es en ese nuevo tiempo donde nos empezamos a preguntar qué tan justos fuimos con los demás. Pero muchos olvidan preguntarse cómo se trataron a sí mismos.
También reconozco que en ciertos niveles de conducción, ser benevolente y contemplativo resulta un obstáculo. Por alguna razón estamos tan acostumbrados al mando… y muy mandón pero a la vez extremadamente efectivo era mi colega Rulondo.
Rulondo fue un periodista que empezó como yo, yendo a cubrir partidos de fútbol. No era de Buenos Aires. Terminar siendo el editor en jefe del diario más importante del país era impensado hasta para él mismo. En nuestros partidos de tenis del fin de semana donde nos divertíamos con otros colegas jamás me imaginé que embocaría su tiro con tal maestría.
Pasaron las vueltas de la Tierra y hoy los dos tenemos más de setenta. Por suerte de edad, no de carrera, aunque también falte poco para ello. Él en plena actividad, yo ya retirado. Esa es la razón por la que volví a comunicarme con Rulondo, para que me diera el gusto de volver a escribir en una redacción, aunque sea una vez más.
Su recibimiento fue mejor de lo que podría haber soñado. Como me pasó toda la vida, fue mejor el trato con un viejo conocido que con los seres que más amo en este mundo. Me detuve en una sola característica: sus pelos blanquecinos.
Otros viejos conocidos circulaban por la redacción y los veía igual. Sin embargo, a Rulondo se le notaba el poder emanando de su cuerpo. Desde lejos podía apreciarse esa aura especial que lo hacía un poco más alto de lo que por naturaleza era.
Me hizo pasar a su despacho vidriado y me dijo que escribiese el tiempo que quiera. Me quedé unos segundos en silencio y le contesté: «Gracias. Estoy contento de estar en la redacción, que ahora está canosa». Nos sonreímos y cerró la puerta, dejando en el aire unos destellos de la alegría compartida, que le volvió a dar al ambiente un color fuerte, al menos por unos bellos minutos.


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