Por Julio Martínez
He descubierto que el patio de atrás de mi casa adelanta cinco minutos. Este hecho tan extraño solamente puede ser comprobado cuando llueve: sus baldosas rojas se mojan antes que la vereda y, por consiguiente, deja de llover con antelación.
Con un poco de atención y perspicacia se puede constatar este fenómeno, banal al parecer. Lo advertí hace veinte años y sin embargo no dejo de emocionarme cuando sucede. Mi razón se encabrita y retoza libremente. Es un milagro mínimo y casero, como a mí me gustan.
Muchas veces me pregunto qué importancia o sentido tiene esa perversión doméstica del tiempo y, por qué no, si es posible sacar provecho de esta irregularidad. Imagino ruletas rapiñadas, urdo crímenes perfectos o cortes de manga a la parca, pero por más vueltas que le doy al asunto no puedo concretar ninguna idea.
Por otra parte no se lo puedo contar a nadie. En mi familia hay bastantes casos de rarezas como para tentar al loquero y mis amigos son sobradores y argentinos. Así que, por ahora, seguiré observando y meditando.
Las aves no frecuentan mi patio, creo que ellas sospechan, sobre todo las oropéndolas. Mi reloj no se inmuta, el pobre es cegato. Pero la luz protagoniza: sol, nubes y sombras nunca concuerdan.
Apenas un día, sólo el último del año, saco alguna ventaja de mi patio: brindo en él solito cinco minutos antes de que comiencen a sonar las sirenas.


Me gustó mucho en cuento breve. Gracias por compartirlo. Feliz 2024
¡Qué belleza! No sabía que tu viejo escribía.