Para el querido amigo Juan:
Nos dejó sin avisar hace casi 2 años. Y con otros compañeros de colimba (correr-limpiar-barrer), entre ellos los ilustres Raúl Lapicki, Héctor “Chino” Mesías y Mario Elkouss, recordamos su memoria prodigiosa, el emblema de cabecera (“empanadas y vino para todo el mundo, ¡Viva el Partido Conservador!”), las bromas constantes, en medio de las penurias en el paraíso de San Martín de los Andes, donde nos instruimos y aprendimos (¿?) a sobrevivir.
No es un domingo más. Personalmente, lo veía en forma esporádica. Con largas intermitencias. Nos unía, aún con diferencias, un afecto que se simbolizó en compartir hasta la última migaja de las encomiendas con comida que nos mandaban nuestras respectivas y amadas “viejas”.
Me animó la poesía del director de Humanidad, harto de tantas noticias pálidas. ¿Será cierto que después del 2 de agosto, irán volviendo a la normalidad las actividades gastronómicas con rigurosos protocolos?, como nos contó un pajarito, a pesar del aumento de contagios y muertes.
Ahora que “Gori” no está de cuerpo presente, puedo revelar un secreto inocente. La independencia – nos dijimos – es el privilegio de los fuertes, de los que tienen el valor de auto afirmarse. Lo cuento para compartir con su familia.
Sucedió hace 4 años, en el ya venido a menos Hipódromo porteño, donde eran furor las tragamonedas, suspendidas ahora por el coronavirus. A él le atraían los “burros”. Era cabulero. Uno de sus ídolos del pasado era un chileno, pero tenía varios. Admiraba en especial a Pablo Falero, a quien seguía a los gritos: “Sos un gigante, lo mejor que ví, igual que (Eduardo) Jara”. Falero, montado, sonreía complacido por la elogiosa comparación.
Toda la semana era un estricto y severo abogado. En la arena se desahogaba. “Que se pudra todo”. Hacía realidad los versos “Por una cabeza”, cantados por Carlos Gardel, musicalmente adaptados a películas entrañables como “Perfume de mujer”. Allí hay una escena memorable donde Al Pacino, ciego, ensaya pasos en una gran pista con una agraciada joven que dudaba de salir a bailar por temor a equivocarse. Él le explicó por qué es maravilloso el tango en el mundo: siempre se sigue adelante, por más dificultades o enredos que se sucedan.
Una noche, capté la foto destacada de esta breve reseña y le escribí lo siguiente. Hoy comparto con todos/as y la mar en coche:
El hombre del paraguas,
es un hombre especial.
Se desembaraza de las penas,
con ritos que sólo él comprende.
Ayudado por Séneca, Maquiavelo…
y algún cuidador fullero,
descarga su hidalguía,
en noches aciclonadas.
Como antes fue el acordeón,
con el que irritaba a sus superiores,
hoy el barro de la arena,
lo reafirma en su cábala chirulesca.
Aldair lo mira complacido,
de Sandes a Palermo.
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