Los y las psicólogas ayudan mucho a quienes quieren recuperarse de traumas o situaciones conflictivas. En aquellos casos su rol puede ser fundamental. Pero cuando esa etapa finaliza, cuando ya esta todo dicho, sentido y aclarado ¿por qué se sigue yendo al psicólogo?
Se podrá decir que los problemas son constantes y que el simple existir genera contradicciones e inquietudes existenciales, por lo que no viene mal charlar con un especialista. ¿Pero qué pasa cuando lo que se charla es lo mismo que podríamos hablar con un amigo o un miembro de la familia?
A veces los y las psicólogas sujetan a sus pacientes (o clientes, como dicen los estadounidenses) a tal punto de que les hacen creer que deberán asistir a sus encuentros semanales durante un “tiempo indeterminado”. ¿Cuánto y qué nos cuesta realmente ese tiempo en la independencia de nuestra toma de decisiones?
Además, en mi opinión, este espacio pago alimenta en parte nuestro ego. ¿Qué psicólogo va a decir algo que nos contradiga o que no nos guste? En principio no lo van a hacer porque los psicólogos no son consejeros, padres o maestros sinceros, sino que escuchan.
¿Y por qué le contamos lo que sentimos a un desconocido y no a alguien en quien confiamos? Una de las posibles respuestas es que la gente que nos rodea puede que no sea muy buena para escuchar, o que transmita su opinión sobre los asuntos que nosotros planteamos, impidiendo lo que se logra en terapia, donde “uno se escucha a uno mismo”.

Ahora bien, en el caso de que pudiéramos escucharnos a nosotros mismos, hablásemos pacíficamente y cara a cara con quienes tenemos diferencias, y donde ningún tipo de trauma nos pese fuerte ¿para qué podría uno ir al psicólogo?
Para nada. Pero como la especie humana es tan especial y violenta, creó el rol de una persona callada que no juzga ni opina, la cual ayuda a resolver los conflictos emocionales que surgen de la interacción social. Recordemos que somos una especie que inventó a los abogados, jueces, militares y policías para mantener cierto orden, y por ende su supervivencia. Porque sí, para ser civilizados necesitamos a alguien que nos recuerde que lo somos, sea o no un terapeuta.
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