Por Sergio Sinay *
Aun cuando desde diferentes corrientes médicas y psicoterapéuticas se aborde a la ansiedad como una patología correspondiente al área de la salud mental no estaría de más preguntarse si no se trata antes de un síntoma que de una enfermedad. Y que, como suele ocurrir, cuando se acalla el síntoma no se elimina su fuente, porque esta continúa manifestándose de diferentes maneras. Y si la ansiedad es el síntoma, ¿cuál es la enfermedad? Acaso se trate de una dolencia del alma, huérfana de un propósito existencial trascendente, descuidada mientras se privilegian apetitos materiales, urgencias banales, deseos confundidos con necesidades y las vidas transcurren sin un sentido orientador.
(…) La ansiedad traslada toda la atención al futuro, nos saca del presente, nos deja sin recursos para atender el aquí y ahora y para vivir y resolver en él. Esa urgencia deviene en aceleración. Ya que lo deseado o lo temido no está en el presente, hay que correr hacia el futuro, sea para atraparlo o para escaparle. Pero ocurre que el futuro es siempre inalcanzable, se esfuma segundo a segundo desplazado por el presente, que resulta el único tiempo real en el que vivimos.
(…) La ansiedad nace a la vera de un futuro temido o entrevisto como puerta de escape para un presente insatisfactorio o infeliz. Pero ocurre que cuando se descubre un propósito, una razón capaz de dejar una huella de la propia vida en el mundo, ese sentido se empieza a consolidar en el presente.
(…) Habitamos una época de cambio y aceleración sin para qué, sin una narrativa y un sentido para nuestras vidas, y esa carencia enferma y deprime. Es tiempo de desacelerar. Solo así nuestras partes dispersas pueden reintegrarse, complementarse, instalarnos en el presente y permitirnos pensar para qué vivimos. De lo contrario, la ansiedad nos devora sin remedio, por mucho ansiolítico o terapias que se consuman.
- De su columna “Prisioneros de la ansiedad”: https://www.eldia.com/…/2022-5-29-9-27-28-prisioneros…)
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