Reflexión

La muerte, una experiencia esencial

En el Día del Escritor, un texto de Eloy Martínez, es digno homenaje a Leopoldo Lugones, autor del verso: Al promediar la tarde de aquel día, / cuando iba mi habitual adiós a darte, / fue una vaga congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería.

Para celebrar el Día del Escritor – instituido por la SADE en homenaje al nacimiento de Leopoldo Lugones, un 13 de junio de 1894 y fallecido trágicamente en una pensión del Delta del Tigre en febrero de 1938 -, Humanidad eligió un fragmento de Tomás Eloy Martínez, sobre El poder y la historia, publicado como reflexión para el número mil de la revista Noticias.

Después de señalar el investigador de La masacre de Trelew que las lecciones de la historia no envejecen, pues lo que sucedió ya, sucederá de nuevo, a veces como espanto y otras veces como consoladora utopía, dio la siguiente versión de La propia muerte:

«El teólogo sueco Emanuel Swedenborg, que pasó la mitad de la vida conversando con los espíritus, admitió un impreciso día de 1771 que le faltaba poco para morir. Vaticinó la fecha y la hora exactas del suceso y se preparó para la empresa con placidez. Hizo un último viaje a Londres, aguardó a que su libro La verdadera religión cristiana estuviera impreso y, el 29 de marzo de 1772, a las cinco de la tarde, despertó de una larga siesta en compañía de una sirvienta y dos de sus discípulos.-¿Son ya las cinco?, preguntó de buen humor. Le respondieron que sí. —Ha llegado la hora, entonces, dijo. Les doy las gracias por todo. Que Dios los bendiga. Y, sin más comentarios, murió en ese instante.

Casi todos los hombres imaginan la muerte con temor. Pero no aquéllos que la esperan. Swedenborg, como dos siglos más tarde sucedería con Macedonio Fernández, experimentó una curiosidad cada vez más aguda por el Gran Paso. Sentía que la vida de un hombre no está completa si no atraviesa la Frontera con la conciencia despierta: si no contempla con calma las iluminaciones que brotan del otro lado y puede entregarse a la experiencia donde todas las demás experiencias tienen cabida.

Tomás Eloy Martínez escribió este fragmento desde Caracas, donde vivió exiliado entre 1975 y 1983

En una larga (de casi 300 páginas) entrevista concedida a Matthieu Galey, la novelista Marguerite Yourcenar lo ha explicado con una intensidad que sólo puede evocarse con sus propias palabras: ´Julio César deseaba morir lo más rápidamente posible. Yo pienso lo contrario. Desearía morir con pleno conocimiento, al cabo de un proceso muy lento de enfermedad, para que la muerte pueda insertarse en mí, para tener tiempo de dejarla desarrollarse por entero (…) Se trata para mí de no perder una experiencia esencial y, como me interesas tenerla, me parece detestable robarle su muerte a alguien. En los Estados Unidos, el cuerpo médico es de una sorprendente sinceridad, mientras que en Francia, los médicos y en especial la familia pasan muchas veces engañando a los enfermos. Desapruebo esa actitud. Me gusta, al contrario, y respeto a la gente que prepara su propia muerte´.

No perder una experiencia esencial, tal es la clave. El cuerpor organiza sus eclipses, la naturaleza facilita el tránsito al trabajar pacientemente en su propia degradación, la carne apaga sus luces y deja desvanecer poco a poco las propias fuerzas, sólo para que la muerte venga a instalarse, como si ella fuera un amante que también está en busca de reposo. Toda violencia contra esa ceremonia natural es, por lo tanto, destestable: lo son los relámpagos ciegos de Sarajevo, los incendios en los barrios africanos de Lübeck, los fusilamientos, los cadalsos, la muerte donde quiera sea impueta por un hombre a otro hombre.

Ciertas luchas son sagradas para las criaturas de bien: las luchas contra la opresion, la tortura, la pobreza, la educación insuficiente, la censura, el abandono sanitario. A nadie se le ha ocurrido luchar, en cambio, para que cada ser humano viva en calma su propia muerte. Se trata de reclamar el más inquebrantable de todos los derechos: aquél que una criatura tiene a morir con los ojos abiertos, a conocer la suprema experiencia, que no puede ser reemplazada por todas las lecturas ni por todas las músicas del mundo».

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