El nombre del científico y Nobel Max Born puede no significar nada para muchos. Fue uno de los más importantes físicos y matemáticos del siglo XX y dejó un legado fascinante de cartas, intercambiadas durante cuatro décadas y dos guerras mundiales, con Albert Einstein.
BBC News Mundo, en un largo reporte (https://www.bbc.com/mundo/noticias-62420018), recordó que en una de esas misivas, del 4 de diciembre de 1926, Einstein escribió: «La mecánica cuántica es ciertamente imponente. Pero una voz interior me dice que aún no es real. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca al secreto del ‘viejo’. Yo, en todo caso, estoy convencido de que dios no está jugando a los dados«.
Einstein se rehusaba a aceptar la visión probabilística que favorecía esa teoría que describe cómo se comporta la materia que forma el pequeño universo de las partículas atómicas y subatómicas.
La incertidumbre que postulaba esa rama de la física – pensaba -, en realidad revelaba la incapacidad de encontrar las variables con las que construir una teoría completa. Su amigo Born, no obstante, era uno de los impulsores clave de la probabilística. Para él, dios sí jugaba a los dados.
La vida de Born lo tornó en un puente entre tres siglos. Nació en el seno de una familia judía en Breslau, reino de Prusia en ese entonces y hoy Breslavia en Polonia, en 1882, así que se formó en las tradiciones clásicas de la ciencia del siglo XIX.

A pesar de que, como tantos otros científicos judíos, tuvo que huir de los nazis, lo que lo privó de su doctorado y hasta su ciudadanía, en su hogar de adopción, Reino Unido, contribuyó al desarrollo de la ciencia del siglo XX.
Lo que preocupaba su mente eran las consecuencias de la ciencia moderna para el siglo XXI. Pensaba que ningún científico podía permanecer moralmente neutral frente a las consecuencias de su trabajo, sin importar cuán marfilada fuera su torre, por lo que le horrorizaban la gran cantidad de aplicaciones militares de la ciencia que había ayudado a desarrollar.
«La ciencia en nuestra época – apuntó -, tiene funciones sociales, económicas y políticas, y por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana».
Ese destino, dijo, se encamina hacia una pesadilla porque «el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible; la razón distingue entre lo sensato y lo insensato. Hasta lo posible puede carecer de sentido«.
Que el científico que postuló que sólo se podía determinar la probabilidad de la posición de un electrón en el átomo en momento dado – arrojando las leyes de Newton por la borda y abriendo la puerta a la física atómica -, se preocupara por esas cuestiones, no era extraño.

Born había seguido durante toda su vida un consejo que le dio su padre cuando joven: nunca te especialices. Así que jamás dejó de estudiar música, arte, filosofía y literatura. Todo eso alimentaba su pensamiento ético.
En uno de sus ensayos finales, escribió sobre la supervivencia de la humanidad; «Nuestra esperanza se basa en la unión de dos poderes espirituales: la conciencia moral de la inaceptabilidad de una guerra degenerada en el asesinato en masa de los indefensos y el conocimiento racional de la incompatibilidad de la guerra tecnológica con la supervivencia de los raza humana. Si el hombre quiere sobrevivir, debe renunciar a la agresión», señaló.
En 1944 Einstein le escribió en otra carta a Born:
«Nos hemos convertido en antípodas en relación a nuestras expectativas científicas. Tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente especulativa, estoy tratando de comprender […].
«Ni siquiera el gran éxito inicial de la teoría cuántica me hace creer en un juego de dados fundamental, aunque soy consciente – expresó -, de que nuestros jóvenes colegas interpretan esto como un síntoma de vejez. Sin duda llegará el día en que veremos de quién fue la actitud instintiva correcta».
Pocos meses antes de que Einstein muriera, Born escribió: «Nos entendemos en asuntos personales. Nuestra diferencia de opinión sobre la mecánica cuántica es muy insignificante en comparación».
Al final, parece que Einstein fue el equivocado.
Ese juego de dados que conlleva una incertidumbre constante sigue pareciendo necesaria para comprender el mundo infinitamente pequeño. Y, para Born, la incertidumbre era también clave para la vida en el mundo infinitamente más grande que el que exploró.
«Creo que ideas como certeza absoluta, exactitud absoluta, verdad final, etc. son productos de la imaginación que no deberían ser admisibles en ningún campo de la ciencia», declaró.
«Por otro lado, cualquier afirmación de probabilidad es correcta o incorrecta desde el punto de vista de la teoría en la que se basa. Este relajamiento del pensamiento – sentenció – me parece la mayor bendición que nos ha dado la ciencia moderna».
«Porque la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma – afirmó –, es la raíz de todos los males del mundo«.
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