La maternidad como una experiencia trascendente y feliz

Por Katja Alemann

Un 9 de marzo de hace 34 años me convertí en madre. Para mí fue una experiencia trascendente y feliz. Mis dos hijos, hijo e hija, son las personas que más amo en esta vida; si están bien, estoy bien, si tienen problemas, son mis problemas. El lazo no se cortará nunca, ni siquiera después de la muerte.

Hoy en día parece que la maternidad está devaluada. Ayer, 8M, más de una y uno comentaron que no eran embudos, que parir y amamantar son conceptos funcionales al patriarcado, y una hasta me mandó a hacer terapia si yo pensaba que eso era ser mujer. Ni hablar de las que no tuvieron hijos, hijas, hijes.

Hay mujeres que elijen no tener hijos. Lo respeto porque la verdad que criar seres humanos, es una responsabilidad tremenda. Hay otras que no pueden. Imagino que debe ser muy triste.

El cuerpo de la mujer a partir de determinada edad pide embarazarse, procrear. A mí me aulló la loba, como siempre digo, y no paró de aullar hasta que me preñé.

Estaba haciendo temporada con Jorge Luz y Jorge Porcel. Y con mi hija también estaba haciendo temporada, con Rumores. Recuerdo vomitar en los camarines y salir al escenario.

Es tan poderosa nuestra naturaleza. Es tan alucinante gestar una persona. Es tan abrumador el amor que nace con un hijo/hija.

¿El patriarcado? Sí, claro. Nos dominaron porque siempre envidiaron ese poder natural, ese anclaje en la existencia. Y sobre todo, les dio miedo. Miedo de quedar solos, sin madre ni esposa, ateridos por el sin sentido de la liviandad de su vida. No podemos comparar un polvo con un parto.

Las guerras son la menstruación masculina. Escribí alguna vez. En los procesos de iniciación masculina se confrontan con la segunda herida, la que los separa de la madre y los inicia en su masculinidad. En la antigüedad, luchas con jabalíes, toros, sobrevivir solos en el bosque espeso. Hoy, ganarse el sustento, vivir solos, saber pelear.

Creo que las mujeres debemos ayudar a los hombres a conectar con el corazón, despertar su sensibilidad y darles permiso para mostrar debilidades. Otro sería el mundo, si desactiváramos la constante competencia de ver quién la tiene más larga.