Por Ernesto Jackson
Los diarios de hoy traen entre sus principales titulares a un sector de la economía del país, el campo, visto por el Gobierno con una mirada entre inmoral y obscena.
Mientras el flamante jefe de Gabinete, Agustín Rossi, un personaje del ultrakirchnerismo dispuesto a servir desde cualquier cargo, lanzaba contra la gente del agro una acusación tan vil y descolocada de toda realidad; Alberto Fernández, sin poder desprenderse de su vergonzante papel de presidente completamente devaluado, pidió en Washington a su colega de la Casa Blanca, Joe Biden, que ayude a la Argentina para hacer frente a los estragos que está haciendo sobre los terrenos fértiles la formidable sequía.
Paradójicamente, la solicitud al presidente de EE.UU. lo hizo el presidente de un gobierno que castiga sistemáticamente al campo con un nivel de retenciones (impuestos no comparticipables entre las provincias) y con un dólar que no les sirve para nada a los hombres de la pampa húmeda.
Es decir, nuevamente el campo es manoseado a la vista de todos y en medio de una crisis que está dejando el tendal tranqueras adentro.
Al mismo tiempo, pero en Buenos Aires, Rossi, con total impunidad, acusó a la mesa de enlace agropecuaria de haber instalado en 2008, en plena “guerra con el campo”, la “violencia política” en el país. Lo hizo al hablar en Diputados, sin ponerse colorado, cuando desde las bancadas opositoras le recordaban la verdadera historia de aquellos meses cuando se debatía la Resolución 125, de las tan meneadas retenciones al campo.
Rossi no pudo soportar la verdadera historia de aquellos días.

El gobierno de Cristina Kirchner, recién asumido en diciembre de 2007, afrontaba un ejercicio “sin plata para hacer política”, la vieja estrategia de Néstor Kirchner inaugurada en tiempos de su intendencia en Río Gallegos, a mediados de los 80. Hasta que alguien le acercó la idea: subir las retenciones a las exportaciones de granos para recaudar unos 10 mil millones de dólares. Recursos que no se reparten con las provincias.
Van al Tesoro. Es decir, al bolsillo de los Kirchner.
Cuando esa Resolución 125, iba camino al naufragio, Cristina Kirchner en sus discursos prometía todo: construcción de escuelas, hospitales, obras imprescindibles.
Finalmente, aquella noche interminable, concluyó de madrugada en el Senado con el recordado “No positivo” del vicepresidente Julio Cobos, que desempató en favor del rechazo de esa mentada Resolución 125 que extendía las retenciones al agro.
La derrota frente al campo dio paso de inmediato a la venganza. Amado Boudou. Aquel joven salido de la UCeDe del derechista Alvaro Alsogaray y que ya estaba encaramado en la ANSES, le llevó a Cristina el tesoro lleno de plata de los jubilados que eran las AFJP.
La idea, brillante, se puso en práctica de inmediato. Formidable campaña de desprestigio contra ellas, argumentando que “les robaban los ahorros” a los jubilados. Enviaron un proyecto al Congreso. Y en trámite sin mucha resistencia, el Gobierno de Cristina se hizo de esa inmensa montaña de dinero de los jubilados, que se depositaron en el Fondo de Garantía de Sustentabilidad, FSG, un verdadero banco de dinero disponible discrecionalmente para hacer política. Sin pedirle permiso a nadie. Aunque, inmoralmente, se haya había creado la Superintedencia de las AFJP que debía vigilar y resguardar el dinero de los pasivos. Un órgano bien burocrático que miró para otro lado y nunca sirvió para nada.
Así, AFJP y Superintendencia volaron por los aires.
Es decir, aquel viejo anhelo de aumentar las retenciones al campo, terminó con el gobierno derrotado, pero airoso en pocos días, al quedarse con los fondos de las AFJP.
Bingo!!!!, diría Cristina.
Lo que ahora el Gobierno de Alberto Fernández y Sergio Massa hacen con esa plata, forma parte, si se quiere, del mismo juego: quedarse con los bonos en dólares de los jubilados a cambio de pesos, con la promesa de una mejora en el futuro. Una triquiñuela que difícilmente pueda prosperar. Si la auditoría pedida a la UBA para saber si perjudica o no a los jubilados resulta negativa, el ministro Massa habrá encontrado una salida un poquito menos deshonrosa a semejante manotazo a la clase pasiva. Y pagará un alto costo político por hacer caso a un pésimo consejo.
Por eso, y volviendo al punto del inicio de este cuadro de dislates, en estas horas llama la atención el papel al que exponen al campo: sufre una sequía histórica con pérdidas de más de 20 mil millones de dólares que no podrá liquidar (y el gobierno no podrá recibir). A su vez, el Gobierno le niega ayuda, por ejemplo bajando retenciones. Pero el Gobierno ayer en Washington demadó a Biden que ayude al país a salir del grave faltante de dólares por la sequía…que sufre el campo.
En definitiva, seguramente EE.UU., conocedor como el que más, de tantos dislates y disparates del Gobierno de Buenos Aires, suspirará profundo y dará un respaldo ante el board del FMI para que se liquiden poco más de 5 mil millones de dólares, exigirá con casi nada de esperanzas, que se cumplan algunas de las metas fiscales y de reservas y no mucho más. Con la perspectiva de que llegue pronto el 10 de diciembre, con nuevos ocupantes en Balcarce 50.
Mientras, la gente de campo seguirá aguardando que le saquen el pie de encima para poder empezar a recuperar todo lo perdido.
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