Cuento Literatura

El heredero escondido

Cuento sobre la República de Asram, un país ficticio que al terminar el reinado de Nicolas IV, éste decide ocultar a su hijo en tierras lejanas para que no sea capturado por los revolucionarios.

Había una vez un reino en tierras asiáticas, liderado por la dinastía Zanmindi, la cual sucedió en el trono a sus miembros durante más de 400 años. Como en todo reinado los problemas se fueron acrecentando con el paso del tiempo, así como lo hicieron las necesidades del pueblo servil.

Llegó un momento en el que todo cambió para los Zanmindi. El rey Nicolás IV y su familia fueron rodeados por los pueblerinos, quienes sostenían antorchas y pistolas. La revolución se instaló luego de siglos de opresión dinástica y la familia real se vio forzada a ceder, naciendo así la República Federativa de Asram. En aquella situación, Nicolás IV sabía que a donde fueran no estarían seguros, ya que sobraban fanáticos y revolucionarios capaces de asesinar al Rey depuesto. Por esta razón es que ideó un increíble plan en el que se separaría de su hijo recién nacido para enviarlo lo más secretamente posible a un país del tercer mundo. Allí, Juan II, quien era el heredero natural de un trono que sus súbditos estaban por incendiar, viviría tranquilo, lejos del peligro y la violencia del poder.

Fue Argenguay el país que Nicolás IV eligió para su hijo. La operación había sido exitosa. El bebé pudo escapar en un barco junto a Catalina, la mujer que se encargaría de cuidarlo, luego de haber salido por un túnel oculto del palacio sitiado. Por supuesto, esta fue una decisión muy difícil de tomar, pero tanto el último rey de los Zanmindi como su esposa y madre de Juan II, decidieron que era lo correcto. Además, por lo explosiva que era la situación, ellos no vieron otro remedio que envenenarse para así dejar de ser perseguidos por los revolucionarios. De esa manera nadie podría averiguar el paradero del niño. La única persona que sabía sobre el rastro del heredero era Catalina, la madre sustituta.

Juan II nunca conoció su verdadero nombre. En Argenguay lo conocían oficialmente como Nicolás. Sí, el mismo nombre de su padre, con la diferencia de que el niño nunca supo de él. La tutora, al llegar al puerto, le dijo a las autoridades que ese era su nombre para mantener el recuerdo de su antiguo jefe.

Cada vez que Nicolás preguntaba por sus orígenes, Catalina relataba con gran retórica la historia que se había inventado: sus padres, ambos campesinos, murieron en un incendio siendo ella su madrina, por lo que desde aquel momento lo cuidó como si fuera su propio hijo. Frente a tal triste hecho y ante la pobreza en la que ella vivía, decidió «probar suerte» en un país que recíen se estaba forjando y que invitaba a inmigrantes a trabajar y asentarse. Esa fue la razon, según explicaba Catalina, por la que Nicolás había nacido en Asram y luego había sido criado en Argenguay con su madrina.

Con el pasar de los años «Nico», como le decían sus amigos de la escuela, fue disfrutando y padeciendo las consecuencias de vivir. Aprendió a jugar al fúbol; tuvo varias peleas así como reconciliaciones; se graduó del colegio secundario; tuvo su primer amor; lloró mucho; se rió un montón; se quedó despierto varias noches; salió a caminar por las calles de su ciudad; vio el amanecer del día desde su habitación; disfrutó muy buenos cafés con leche con medialunas; charló con sus compañeros sobre cuestiones existenciales; perdió y encontró el sentido de la vida; y realizó muchas cosas más. Se crió con todo lo que necesita un ser humano para vivir, en un ambiente de tranquilidad, como lo había deseado su padre.

A los 50 años, cuando su querida tutora Catalina ya había fallecido, Nicolás se decidió a cruzar el océano y conocer al fin la tierra en la que nació. Logró ahorrar el dinero suficiente con su trabajo de empleado administrativo en una empresa de seguros. Además, una parte del salario la destinaba al pago de clases semanales del idioma de los asrameses. Conocer Asram se había vuelto en su motivo de vida, no por una cuestión de nacionalismo, sino por el hecho de que estando allí él creía que podría conectarse de alguna manera con sus padres.

Finalmente, Nicolás lo había logrado. Se encontraba en medio de la Plaza de la Libertad, aquella en la que, según le contaba un guía turístico, había iniciado la marcha por el derrocamiento del régimen.

¿Qué régimen? – preguntó Nicolás al guía.

– El de la dinastía Zenmindi. Nicolás IV fue el último rey en gobernar Asram. Dicen que su heredero, Juan II, fue ocultado y enviado lejos del palacio antes de que los revolucionarios llegaran e incendiaran el lugar. Nadie pudo confirmar si esa historia es cierta, pero hasta ahora nunca se encontró el cadáver del niño.

La cara de Nicolás se congeló por un momento, atando por dentro ciertas ideas. Por unos segundos llegó a pensar que él podría ser aquel chico. Pero al poco tiempo se convenció de que aquella era una mera historia. Se decía a él mismo que tuvo la desdicha de no haber podido conocer a su madre y a su padre, pero que jamás podría pertenecer a una familia real.

Nicolás siguió caminando por la plaza, apreciando los árboles, un cielo azul, y varias bellezas arquitectónicas, entre algunos edifcios comunes. Así, se perdió entre la gente, gente que sin saberlo tenía a su lado al mismísimo Juan II, el heredero escondido.

Escritor y estudiante. Fundó Humanidad el 2016 a sus 15 años de edad.

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