La piel se nos eriza y las emociones se desnudan. Es que en la vida ver partir a alguien que sobresale de la media y que movilizó nuestro corazón no es algo fácil. Pareciera ser que todo lo que está ligado a nuestros sentimientos conlleva algo más que la razón. Esto no quita que por momentos la capacidad de razonar también sea problemática. Tratar de entender algo de todo lo que estudió el alemán Albert Einstein sirve como ejemplo. Ello está plagado de dificultades, pero los asuntos que mueven al alma parecen ser los únicos que pueden poner en jaque el sentido de nuestras vidas, e incluso hacernos mate.
Perder a una madre, un hermano, o a cualquier amado/a, hace que las personas se sumerjan en un duelo del que luego van a salir. Pero hasta ese momento pueden pasar muchos pensamientos por la cabeza, hasta suicidas. Recordar que no hay nada peor que la muerte debería ser motivo suficiente para no cometer aquel acto que termina penosamente con el curso de nuestra existencia, existencia que no debe terminar ahí, porque de esa manera estaríamos desperdiciando la oportunidad que tiene la Vida para volver a traernos su Luz.
Con los ídolos pasa algo parecido. El dolor es imenso, a pesar de ni siquiera conocerlos/as personalmente. Esto ocurre por la idealización de cierto/s individuo/s a causa de algo en lo que ellos/as se destacan y que nos termina conmoviendo. Diego Armando Maradona tocó más que pelotas de fútbol. Tocó el corazón de la humanidad toda. Y esto no es una exageración. Investiguemos un poco y vamos a ver que el argentino fue, es y será un ícono mundial.
Así como este no es el fin del mundo, tampoco lo será cuando se nos caigan o fallezcan nuestros ídolos actuales o del futuro. Efectivamente nunca habrá otro Maradona, porque cada ser humano, desde el más pobre al más rico, desde el más talentoso al que aún no encontró su talento, es un ser único e innigualable. Pero eso no significa que nunca más nos volveremos a emocionar.
Para nosotros la vida sigue. Hacer una buena memoria de quienes se van es lo mejor que podemos hacer. El duelo es necesario, pero no se puede vivir de él, así como tampoco se puede vivir de los ídolos. Quien se enamora de otro ser humano porque éste o ésta lo/la cautivó, debe saber poner un límite a su amor, porque nada ni nadie es todo en la vida, a pesar de que nuestros sentimientos nos hagan creer que sí.

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