Esta es la cuarta parte de la historia de «El heredero escondido». Para leer el capítulo anterior apretar aquí.
El pequeño Nicolás de diez años estaba tan entusiasmado por llegar a Asram que no durmió ni un solo minuto durante todo el vuelo. Esto sorprendió a su tutora, quien se mantenía al lado de él expectante y sumamente conmocionada por lo que iba a acontecer. El heredero de los Zanmindi, aquel que fue ocultado por su propia seguridad luego de que una sangrienta muerte terminara con toda su familia real, volvería a pisar la tierra en la que nació. Al fin y al cabo era su tierra. Soberano único o no, le pertenecía como a tantos otros.
Catalina se encargó de poner un ojo en el niño cada segundo. Al llegar a la habitación del hotel se largó a llorar. No podía creer lo que estaba pasando. Lo había logrado. Finalmente estaba viendo los frutos de la paciencia y la lealtad, aquella que juró a su jefe aniquilado por los revolucionarios. La sensación era estremecedora, trayéndole consigo un temblor extraño. Había mantenido viva una parte de la historia de su país. Pudo conseguirlo nada más que con su cuerpo y su mente. Sola.
En realidad, Catalina no estaba tan sola como pensaba. El equipo de Petrov custodió la llegada del heredero escondido y su total estadía en Asram. Para ellos también fue un gran evento. Trajo la tristeza que todo acontecimiento produce: la sensación de que ese momento histórico era tan efímero como el momento en el que parpadean sus ojos. Ese sueño de tener al rey era tangible, ya no más una ilusión.
Resta saber cómo es que este equipo de inteligencia conocía de la existencia de Nicolás, siendo que el último rey en funciones de los Zanmindi se encargó de que nadie supiera de la tarea de Catalina y del barco que zarpó hacia tierras lejanas. La guardia sabía más que el propio rey. Y un dato de este calibre no se les habría escapado tan fácilmente.
* * *

Petrov era un hombre serio. El miedo se imponía cuando sus pasos se escuchaban por los pasillos donde funcionaba la inteligencia de Asram. Era una de las autoridades más respetadas en la institución y por consecuencia una figura central para la mantención del orden en el país. A causa de ese mismo orden los rebeldes no tenían lugar, quienes querían romper con el sistema que personajes como Petrov veían su funcionamiento tan de cerca. Un asiento especial en la obra de la historia de la humanidad.
Su madre lo había criado con austeridad. De hecho, ella ya estaba implicada en tareas de espionaje antes de concebirlo. Tenía que actuar como una mujer desesperada, verborrágica, desordenada. Esto le permitía acceder a ciertos lugares porque la subestimaban, pudiendo cumplir sus misiones con eficacia. Por supuesto que nada le contaba a su hijo o a nadie. Eran tareas en solitario que se llevaría hasta la tumba. Retorciéndola o no, nada podía salir de su boca.
Por esta casi inhumana obligación que le imponía el trabajo es que la madre de Petrov se comportaba de forma extraña. El pequeño niño no comprendía ciertas escenas, y mucho menos lo hizo al crecer, cuando su intelecto estaba más maduro para interpretar lo que su madre hacía y decía.
Hubo un momento en el que el joven Petrov se rindió ante la locura de su madre. A los quince años decidió marcharse de la casa. Vivían en la capital de Asram y el zarismo aun imponía su peso como principal centro del poder. Con una pequeña maleta, el adolescente se fue a tomar el ferrocarril en dirección a la segunda ciudad más poblada del país. Lo que él no sabía era que su madre ya había previsto todas las escenas. Tanto las peleas como la fuga del núcleo materno.
Un hombre oscuro, con barba y ropa que no dejaba ver ni un poco de su piel, se acercó al adolescente cuando éste se encontraba en el tren ya listo para volver a iniciar sus motores.
-¿Qué hace solo un joven niño?
Petrov lo miró desde abajo, poniendo una cara de asco que trataba de generar autoridad y a la vez esconder su temor. No funcionó. Por lo contrario, el señor siguió hablando.
-No se a dónde vas. Pero tengo mucho trabajo y necesito gente. ¿Estas dispuesto a trabajar?
Para Petrov esa propuesta era un vaso de agua en el medio del desierto. El adolescente cambió su postura reticente. Al haber abandonado su casa necesitaba una fuente de ingresos.
-¿Qué tipo de trabajo? – preguntó con el ceño fruncido.
-Ah, me parecía que podías hablar. Qué suerte. Tus palabras servirán para lo que tendrás que hacer.
* * *

Estela y Nicolás circularon por la misma plaza durante al menos treinta minutos. La cena había salido de maravillas y ahora se encontraban caminando a la luz de la luna, amándose con distancia. Esa distancia necesaria para no arruinar el amor. Esa distancia que les serviría para conocerse en profundidad sin tanto idealismo.
Estela sabía que el hombre de los seguros era alguien importante. Para ganarse su corazón debía fingir como nunca una comodidad y unas miradas pícaras que lo hicieran sentirse bien. Nicolás fue entregándole su confianza. Hace mucho que estaba solo. Amigos no tenía y personas valerosas tuvo muy pocas en su vida.
-Algo de ti me recuerda a Catalina, mi tutora- dijo Nicolás.
-¿Has tenido tutora?
-Sí, ella fue mi todo. A mis padres jamás los conocí. Fueron dos campesinos de Asram, no se si conoces ese país.
-No. ¿Dónde queda?- preguntó lo más ingenua Estela.
-Bastante lejos de Argenguay. Mi deseo siempre fue ir y encontrar a algún familiar lejano, pero nada quedó. En los viajes que he hecho tanto con mi tutora como por mi cuenta solo he visto paisajes y sitios ajenos a mi.
Por dentro Estela no sentía nada. Había sido entrenada con los mejores profesionales de la actuación. Aunque era algo más que actuación. Era metamorfosis. El cambio de persona implicaba en Estela un cambio de piel que había tomado muy seriamente al arribar a Argenguay, donde tendría que investigar sobre la vida del último miembro de los Zanmindi.
-Yo también he tenido una vida difícil. Mis padres no eran demasiado buenos conmigo. Vengo del interior del país y allí es más difícil escapar. Era un pueblo pequeño lejano de todo. Si tenía discusiones, no podía más que correr por los pastizales y gritarle al viento. Luego debía volver a mi casa donde la pesadilla continuaba.
Nicolás, con el corazón abierto, se creía y se dejaba manipular por las mentiras de la espía. ¿Todo esto terminaría valiendo la pena? Si esto era por el bien de la identidad del sujeto de sangre azul, entonces una manipulación de la realidad era un pequeño costo. El resultado final traería un impacto que ni Estela ni Nicolás podrían entender realmente.
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