Por Sergio Sinay
La brújula y el reloj se parecen mucho entre sí y, a primera vista, pueden ser confundidos. Pero cumplen funciones distintas. La brújula nos conecta con una dirección. El reloj con el tiempo. Hemos quedado, casi sin darnos cuenta, a merced del reloj.
Llevamos una vida cronológica (de Cronos, palabra griega que define el tiempo lineal). Y perdemos contacto con la profundidad de la experiencia existencial (con Kairos, término también griego que equivale al tiempo vivido, preñado de sentido).
Cuando Cronos desplaza a Kairos, nuestras acciones dejan de ser guiadas por nuestros valores y principios más trascendentes. Lo urgente se impone, lo importante se diluye. Esto equivale a querer llegar sin haber viajado. O a confundir el destino con la dirección. En el viaje está la riqueza, en lo que ocurre durante, mientras. Para esto la brújula importa más que el reloj.
Brújula y reloj. Dos pequeñas cajitas cilíndricas con agujas en su cuadrante, cubiertas por un cristal. Tan parecidas, tan fáciles de confundir en una primera mirada. Y tan diferentes. ¿Cuál llevamos en este momento de nuestro viaje existencial?
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