Por Nino Ramella
Empecé en el oficio de periodista el 2 de abril de 1978 en el diario El Atlántico de mi ciudad, Mar del Plata, que se constituyó en el embrión – para bien y para mal -, del tipo que soy hoy. “Vení pibe. Vos vas a cortar los cables de las teletipos y los vas dejando en estas canastitas de los escritorios. Tenés que fijarte a qué sección corresponde. Acá está deportes… este es el escritorio de policiales… aquí la página nacional… Si no sabés dónde dejarlos me preguntás a mí, ¿sabés?”. Así empecé.
No había en ese espacio ni un detalle que cuidara la estética del conjunto. Podría decirse que hasta ese momento era el ambiente menos glamoroso en el que yo metí mi nariz. Las paredes grises. El aire también tenía volumen. Se lo daba el humo de los cigarrillos. Era la cocina de lo que de madrugada se convertía en un diario. Empezaba en ese instante el minuto cero.
Me tocó comenzar en el periodismo en medio de la noche más negra que vivió nuestro país. Tuve la suerte de que a pesar de ser un novato nunca naturalicé aquel ambiente. En eso tuvieron que ver mis compañeros, más grandes que yo, y casi todos militantes de la resistencia a ese horror de los militares gobernando.
No imagino otro oficio que yo hubiera podido encarar con la plenitud y satisfacción con las que me premió este laburo. El periodista es un tipo curioso que disfruta contando lo que ve. Y ese soy yo. Perfecto ensamble entre mi temperamento y lo que requiere este trabajo.
LEER MÁS:
Petcoff, un maestro en periodismo, que escribía como si nada
Ayer se festejó el Día del Periodista, en homenaje al creador de La Gaceta, Mariano Moreno. Humanidad desempolva esta nota de 2012, para recordar al gran Emilio Petcoff, de otra época, otra galaxia.
Me siento deudor del periodismo, de la oportunidad que brinda abriéndonos mundos diversos, conociendo personas de todos los niveles y condiciones y dándonos la oportunidad de expresar esas realidades tal como nuestra subjetividad las ve.
Y me siento deudor porque el que se enriqueció fui yo. Le debo en la misma medida a presidentes y celebridades que a menesterosos y condenados. De todos aprendí.
Mucho me enseñaron los colegas que me precedían en esa escuela insuperable que significa fatigar redacciones. En su mayoría gente ilustrada, protagonista de una bohemia que encendía tertulias interminables sobre la inmortalidad del cangrejo o el sexo de los ángeles…y a veces discusiones propias de esa mística que por entonces envolvía a nuestro oficio.
LEER MÁS:
Jacobo Timerman, un editor maldito y genial
En una nota titulada «Don Jacobo acusa», Eugenio Palopoli, en Seúl, apuntó que a 40 años de su publicación en la Argentina, el libro «Prisionero sin nombre, celda sin número», merecería una relectura más amplia.
En momentos en que la degradación general tampoco ha dejado ileso a este oficio yo me permito vaticinar que está llamado a devolver credibilidad a la opinión pública. Hoy no parece cercano ese momento, pero apuesto a que en medio de este vértigo ominoso de la posverdad y las grietas que alimentan las redes y del que no escapan los medios, el periodismo está llamado a convertirse en garantía de confiabilidad. Igual que lo fue cuando no había internet, ni celulares ni transmisiones en tiempo real. Alcanzaba apenas con una libreta y un lápiz.
Sólo falta recuperar la mística. Tendrá que ocurrir. Más que por deseada por necesaria.
De aquella época de mis inicios elegí la que estoy tratando de saber qué pasaba con un anciano tirado en la vereda, por parecerme más representativa de nuestro oficio, o al menos de lo que llamamos periodista de trinchera. Deseché las de personajes importantes o glamorosos, porque nuestra tarea es, en alguna medida, molestarlos para que no haya viejos tirados en la calle.
- Imagen destacada: Ramella tratando de saber qué pasaba con un anciano tirado en la vereda, representativa del llamado periodismo de trinchera.
0 comments on “Tras «la noche más oscura», aún es posible creer en el periodismo”