En los tiempos que corren tenemos la oportunidad de reconstruir «lo normal» y conceptos como «la familia», donde existen ciertos protagonistas que se condicionan por lo culturalmente establecido.
La familia es una institución basada en el amor y la confianza, únicos dos requisitos para integrarla. Tanto una pareja heterosexual, homosexual, así como una persona soltera, puede adoptar hijos, hijas, o llevar a cabo procesos de inseminación artificial. El hecho de no ser y hacer lo que las religiones imponen en su cosmovisión no significa que tengamos que ser excluidos/as. Todo lo contrario. La diversidad nos hace una especie más inclusiva y evolucionada. Todo lo contrario al conservadorismo.
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Entonces, con este nuevo panorama, ¿qué queremos decir cuando hablamos de «padres»? En el vocablo popular, nos referimos a quienes nos criaron o nos dieron la vida, generalmente, un hombre y una mujer. Sin embargo, según lo entendido en el párrafo anterior, para crear una familia no es necesario obligarse a estar con alguien del sexo opuesto, ni tampoco ser partícipe del acto sexual que engendrará al nuevo miembro familiar. Hace falta voluntad de amar y cuidar.
La palabra «padres», en caso de referirnos a una relación heterosexual, incluye también a la madre. Utilizamos aquella palabra sin distinción de género, así como hacen en sus textos los grandes escritores cuando hablan de «los hombres». El lenguaje sigue siendo del hombre. Al momento de escribir esta nota, se me dificultó pensar una palabra que incluyera a ambos formadores/reproductores. Ni siquiera el lenguaje inclusivo con «e» puede dar una solución a esto. «¿Les padres?». Quizá sea tiempo de idear palabras nuevas, así como de aceptar las formas de crianza que se basan en el amor, sin darle importancia a los mandatos sociales que reprimen las almas, en vez de expandirlas.
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¿Seguirá perpetuándose el modelo tradicional de «la familia», o se fortalecerá la concepción del amor y la libertad?
Padres, madres, o tutores, son aquellos/as que marcan nuestra vida. Es decir que, saliendo del concepto familiar eclesiástico (que no le pertenece únicamente al catolicismo), y aceptando lo diversos que podemos ser lus humanus, podemos encontrar más vida, más amor. Cierto cariño y liberación que tanto tiempo fue reprimida porque no era «lo normal». De esta manera, un gran abanico de posibilidades se abre ante nosotros para elegir lo que mejor se adapte a nuestros deseos y sueños.
Ningún padre o madre, por más rechazo moral que tenga a los comportamientos de sus hijos, puede negar su amor y su aceptación cuando éstos se prestan a colaborar y a vivir en paz. Los roles familiares del siglo XXI deberían basarse en la comprensión y la humanización de los propios integrantes, para lograr así, una humanidad más humana, con lo bueno del ser humano.


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