Estoy pensando en llegar, pero recién salgo. Muevo mi cuerpo y trato de que mi mente no quede atrás. Mis músculos me acompañan, esforzándose más y más.
Intento pasar a quien tengo delante mío. Lo logro. Mantengo el ritmo pero luego me doy cuenta de que la persona a la que perseguía ahora se convirtió en mi perseguidor. Escucho su respiración. Parece cansado al igual que yo. Me mantengo… sí, sí… hasta que vuelvo a ser el que queda atrás.
Faltan 100 metros y todo esto terminará. “¡Pasalo, pasalo!”, me gritan mis compañeros, dándome un impulso tremendo. Pongo cara de bestia y trato de comérmelo.
No pude. Llego a la meta, cansado como nunca, pero contento porque mejoré mi marca. Palmeo la espalda de otro corredor y nos tiramos buena onda: “Bien, estuviste muy bien”. Algunos parecieran estar cerca del desmayo pero todos se recuperan prontamente.
Salgo de la pista y me reencuentro con mi felicidad. La Vida me dio nuevamente un momento de alegría. Me tiro al pasto y acaricio el cabello de mi madre, de color verde, sujetado firmemente a la tierra.
Aquel día estuvo genial. Seamos más o menos rápido, lo importante es correr. En el atletismo se respira. ¿Qué más bello? Estoy vivo, estoy loco, estoy enamorado. Estoy.
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